Hace varias semanas por fin asumimos que nuestra compañera de piso es lo que científicamente se denomina rara. Entre otras, una de sus obsesiones con respecto a la casa es ventilar (otro tecnicismo). Hasta tal punto llega su angustia por que cada rincón de la casa reciba una pequeña porción de aire del húmedo y acuoso exterior que creemos firmemente que, de niña, cuando correteaba por los puentes de Venecia, recorría en góndola sus canales y jugaba con sus amigos en el Puente de los Suspiros, en algún momento realizó un juramento a San Marcos: "la casa habitada por mí, haga frío o calor, llueva o haga sol, ya sea en época de guerra o en tiempo de paz, siempre estará ventilada". Así, la pequeña P. -Zorra Obstinada para los amigos, ZO a partir de ahora- encontró su ley motive: abrir ventanas.
El acontecimiento que ZO no hubiera podido prever ni aunque Venecia hubiera sido creada cien veces y cien veces se hubiera inundado, es que, en la lejana Irlanda, a unos 1.646 kilómetros de su ciudad natal –según el Google Earth y en línea recta- se encontraría con su Némesis, su Yan particular: un españolito llamado Óscar Tengo frío Puertas. La Señora Ventanas contra el Señor Puertas. El resultado no podía ser otro que la Window War.
Los hechos: Óscar Tengo frío Puertas se levanta a las 8 a.m. y pasa al salón-cocina luciendo uno de sus bonitos pijamas (uno de verdad, no la típica combinación pantalones que sirven para dormir-camiseta cuyo siguiente compañero será el Cristasol). De repente se siente incómodo. La temperatura de su piel disminuye -y mira que es difícil porque está lleno de pelos- y una duda le asalta: "si hace 30 segundos disfrutaba de una temperatura corporal óptima, ¡¿por qué cojones estoy tan jodidamente helado ahora?!". Con gesto serio, cual samurái oliendo el peligro, Tengo Frío Puertas mira de reojo hacia el lado derecho de la estancia. Deja de oír, no siente nada, su capacidad visual se multiplica por diez. Varios metros le separan de la ventana. Ahora sólo existen ésta y él. Plano cenital de los dos. Giro de cámara tipo Matrix.
Está abierta.
"ZO lo ha vuelto a hacer" se dice así mismo. Ella aparece en el salón-cocina y el Señor Puertas, después de cerrar la ventana con más fuerza de la necesaria, le transmite sus inquietudes:
- I don’t want you to open the window in the morning. Is it a problem for you?! (Echo: Is it a problem for you? Is it a problem for you? Is it a problem for you?)
- Well! Do whatever you want! Is your house!
Mañana sí, mañana no, la Window War se va desarrollando en el frío Dublín…
Pero el hecho de que ZO sea totalmente libre en la República Independiente de su habitación, hoy me ha venido bien. Por supuesto, allí, todas las mañanas ella deja la ventana abierta. Y yo, algunas, hago footing. Por otro lado, una vez al año aproximadamente, la persona que está dentro de la casa y en quien confío ciegamente para que me abra la puerta a la vuelta de mi carrera, se va y cierra. Resultado: me quedo atrapado en el exterior, sin poder entrar a mi casa, deambulando por la ciudad con mis pantalones de deporte, mis zapatillas Pegasus y mis calcetines de colores.
Pero hoy no he deambulado.
Hoy he cogido una pequeña viga de madera (ver imagen abajo), la he apoyado en la pared del edificio, he escalado, he subido la persiana desde afuera -acción especialmente ridícula- y he entrado a la casa por la habitación de ZO.
Hoy, gracias al juramento que ZO realizó en su infancia, he podido pasar a mi casa. ¡¿Ves, Óscar, como es bueno ventilar?!